El día
a día, a menos que pertenezcas a la clase dominante o a la élite intelectual, te quema. Quema a todo el
mundo, más aún cuanto más consciente seas de la injusticia diaria materializada
en el madrugar para ir a currar, el atasco, el tren, el autobús, la cola del
paro, el acto de fichar, la cara del jefe, las ocho horas de alienación...
En
tiempos de crisis el queme se generaliza, la miseria deprime a la par que
enerva, la actitud de los gobernantes actúa a modo de acelerante de la rabia, es nuestro momento.
La destrucción de los existente no se logrará con la toma del palacio de invierno, hace años que lo
entendimos, sus ejércitos, sus policías son poderosos y están bien equipados,
el enfrentamiento directo está destinado al fracaso.
El sujeto revolucionario
no se encuentra como masa humana a la que adoctrinar-concienciar, años de
tele-basura acabaron con la conciencia de clase, el obrero en su mayoría es un
gilipollas consumista sin conciencia, egoísta e insolidario encadenado a una
hipoteca a treinta años. Las minorías sociales, refugio de aquellos que se
obstinan en encontrar a dicho sujeto revolucionario y que desistieron de
intentar encauzar conciencias obreras tampoco sirven de mucho, la mayoría
buscan el reconocimiento del sistema que se supone deberíamos hacer caer lo
cual supone en si mismo una contradicción mayúscula. El sujeto revolucionario es uno mismo. La revolución empieza cuando cada uno personalmente y tras hacer un
concienzudo análisis de su entorno y posibilidades decida empezarla.
El sistema ha de caer por si mismo, hoy en día parece más plausible el derrumbe del sistema debido a su
derrumbe financiero. Las triquiñuelas económicas han viciado al propio sistema
desde dentro. La avaricia y el egoísmo especulativo han evidenciado el afán
devorador de este sistema infernal que ha acabado por devorarse a si mismo. La
explotación del hombre por el hombre se llevará al límite en su afán por hacer
la rentabilidad de los sistemas productivos equiparable a los beneficios de los
sistemas especulativos. La lógica y el sentido común se diluyen en el absurdo
de una carrera hacia el precipicio.
La acción es propaganda,
la propaganda por el hecho sigue siendo hoy día tan válida como antaño. La
difusión del sentir y del pensar ácrata está en condiciones de calar en el
sentir de los oprimidos, por eso la identificación con la acción es hoy en día
más fácil que nunca en las últimas décadas. La complicidad es factible siempre
y cuando apartemos el mito lucha-armadista y la espectacularización de la
lucha. Es cierto que el espectáculo lo controla el sistema, este censura o anuncia a bombo y platillo una misma noticia
según convenga, lo hemos visto muchas veces y lo seguimos viendo a diario, mas
nuestro empeño debe estar en no “ponérselo a huevo”, en ser lo suficientemente
imaginativos para que la acción sea aceptada por el sentido común y este cale
en el imaginario colectivo.
Antes de seguir
quiero dejar claro que creo que cualquier acción es reproducible, dado de todas
las acciones, incluidas las más espectaculares, han sido obradas por seres
humanos y puesto que eso somos, con paciencia y dedicación haremos cualquier
cosa que nos propongamos. Dicho esto también creo que complicar la metodología
de una acción porque sí, no lleva a ningún sitio, la mayor parte de las veces lo más sencillo es lo más efectivo.
Se
trata pues de efectividad, que no de mito lucha-armadista, se trata igualmente de reproducibilidad no de
vanguardismo elitista y ególatra. Se trata de conectar con la rabia
generalizada con un objetivo claramente identificable, y hacer patente que
cualquier oprimido cabreado tiene la posibilidad de expresar su cabreo y
frustración con lo existente. Dejar claro que la acción, la revuelta, la lucha
no es patrimonio de nadie más que de quién decide abrazarla para luchar contra
quién le oprime.
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