Carta de Giuseppe “Peppe”, compa preso por la operación osadía, Italia
por Giuseppe Lo Turco
Bajo un cielo de barrotes
“Todxs estamos encarceladxs, ya que una sociedad que necesita la cárcel, para recluir y excluir, es en sí misma una cárcel. Pero nunca será encarcelable la alegría del sueño de liberarse de los patrones y sus cárceles, la alegría de una solidaridad en lucha”Se dice que el necio, en lugar de mirar a la luna, se queda mirando el dedo que la señala. Sin embargo, sin querer justificar al necio o creerme uno, creo que es difícil mirar al cielo cuando este no hace sino cubrirse, cada vez más, de barrotes. Decir esto puede parecer obvio dado que la luna, desde donde me encuentro ahora, solo la puedo imaginar, aunque los barrotes de los que estoy hablando no solo caracterizan la prisión, sino que son parte integral, en diversas formas, del todo dominante que pervierte lo existente.
Marco Camenisch.
Una vez desgarrado el velo que para alguno era de Maya, la frontera entre la llamada realidad social y la carcelaria se disuelve revelando la verdadera naturaleza del contexto en el que, con más o menos ganas según el nivel de conciencia individual, se vive. Durante los casi tres meses de reclusión, con cincuenta días pasados en aislamiento, muchas analogías entre la sociedad y la prisión se me han hecho aun más nítidas. Para empezar, es fácil ver la relación entre el control constante realizado por el dominio y reservado a sus enemigos dentro de la sociedad o a categorías enteras de individuos y el destinado directamente a los presos en las cárceles. Por un lado, seguimientos, escuchas y sistemas tecnológicos de vigilancia, por el otro, la limitación física de la “libertad” concretada en la cárcel, guardias e instrumentos análogos de control. Con vistas al aniquilamiento del individuo, existen tanto “dentro” como “fuera” procesos y técnicas de despersonalización con la ayuda de estrategias específicas y de sustancias listas para su uso en caso de necesidad; el peligro de convertirse en esclavxs de la homologación democrática se esconde, para el/la presx, detrás de reducirse a un número. Tanto la prisión como la sociedad se basan en la creación y consolidación de roles y jerarquías, así como en la necesidad de despojar al individuo de toda autonomía. Terminado por sucumbir a todo ello, muchas veces sin ni siquiera una resistencia mínima, la mayoría de los seres humanos, al recurrir a ciclos de representación continuos, han renunciado a cualquier influencia directa en la gestión de su propia vida. No es casualidad que la representación en la cárcel, sea la única manera, si se quieren seguir las normas, de hacer cualquier reclamación, incluso la más trivial, para que el/la presx pueda sentir claramente la pérdida de todo tipo de autodeterminación posible. Tampoco encuentro diferencias significativas entre la obsesión por la seguridad asimilada del ciudadano, tal vez espectador eufórico (o esperanzado aspirante a concursante) del espectáculo mediático concentrado en mirar por televisivos orificios de cerraduras, y a la implícita en el funcionamiento de la prisión (cualquier referencia a registros corporales, a otras prácticas degradantes y a las mirillas colocadas en los baños no es en nada casual).
Además, para disipar cualquier “prisionerismo” que decepcionará a quienes todavía creen en el binomio presx-rebelión, considero que dinámicas de servidumbre voluntaria caracterizan tanto la masa de lxs “libres” como la de lxs prisionerxs. Lxs primerxs, cada vez más subordinadxs a todas las manifestaciones del poder, terminan convirtiéndose en gendarmes de sí mismxs y delatores de la conducta de lxs demás; lxs segundxs, a veces, ni siquiera sienten la necesidad de poner en tela de juicio la reclusión a la que les obligan y, si tienen la oportunidad, algunxs también se convierten en colaboradores de sus propios torturadores. Las ciudades, así como las prisiones, aunque teatros de fuertes contradicciones, están impregnadas de una sumisión cada vez más arraigada y lxs individuos, prisionerxs o no, en conflicto con lo existente son una minoría combativa y consciente del estado real de las cosas. El gris de las tapias tiene el mismo tono que los edificios de la ciudad, de hecho son justo estos los que se convierten en prisiones cada vez más seguras. Los campos de concentración para “extranjeros” y manicomios, además de los vulgares centros de detención, existen gracias a la fusión de estilos de vida destinados a mantener el status quo. Justo ahora que la eficiencia y la funcionalidad parecen haberse convertido en las premisas de las actuales condiciones de reclusión generalizada, la reapropiación de unx mismxs y el redescubrimiento de la individualidad irreductible propia se convierten en la génesis de la insubordinación. Tener en el corazón el deseo de que este mundo se derrumbe de una vez por todas es la utopía que impulsa a tantxs individuos y grupos, conscientes de que cada aspecto de lo existente es atacable, para concretar la acción anarquista multiforme. Solo de este modo también la solidaridad se convierte en sinónimo de acción directa, evitando el riesgo de quedarse reducida a una palabra como tantas otras. En este sentido, concluyo con el pensamiento dirigido al compañero mexicano anarquista Mario López, que resultó gravemente herido durante un ataque a las estructuras, que recientemente afirmó “la solidaridad es nuestra mejor arma”. Son los ataques anarquistas, que impredecibles se suceden día tras día por todo el mundo, para confirmar sus palabras e inflamar los corazones de las presas y los presos anarquistas. Mando un caluroso saludo a lxs miembros presxs de la CCF procesadxs por el “caso Halandri” y mi solidaridad a lxs investigados e investigadas por la reciente “Operación Comefuegos/Mangiafuoco”.
Desde la sección de alta vigilancia de la cárcel de Alessandria, agosto de 2012.
Giuseppe Lo Turco
individualidad anarquista prisionera.
Para escribirle:
Giuseppe Lo Turco
Carcere San Michele strada Casale 50/A
15122 Alessandria
Italia
[Sacado de PublicacionRefractario.wordpress.com]
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